miércoles, 23 de marzo de 2016

Mapas sonoros o la bella utilidad de la música


Así como Manuel de Falla creía en la "bella utilidad de la música desde un punto de vista social", en la necesidad de pensarla, no "de manera egoísta, para sí", sino "para los demás", la iniciativa del Centro de Música Contemporánea Garaikideak y del Museo de la Universidad de Navarra, cimentada en la osadía de compositores como Yolanda Campos y Joseba Torres y en la decidida apuesta cultural de Carlos Bernar, responsable del Departamento de Artes Escénicas del Museo, deben ser motivo de reflexión y ejemplo.

Precisamente en estos tiempos en los que se nos impone la inmediatez, la rentabilidad y la búsqueda del rendimiento cuantificable, debemos defender convencidos que la cultura, el arte, la música son esenciales para el enriquecimiento (inmaterial) de nuestra sociedad. Ya dijo Cervantes sobre la música que "compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu".

Finalizada la segunda edición del ciclo Cartografías de la Música, aplaudo el objetivo planteado por Joseba Torre de partir "de nuestros maestros, nuestra cultura", relacionarlos "con su entorno", profundizar "en los mapas sonoros del siglo XX" y adentrarnos "en territorios inexplorados". Según Joseba, esta edición nació con "voluntad de diálogo" y de "transversalidad". Ese afán de diálogo, en un momento en el que estamos demasiado acostumbrados al ruido y la algarabía, en el que hay tertulias que parecen batallas más que conversaciones, entrevistas enfocadas como juicios sumarísimos y apenas tenemos tiempo para la reflexión y la calma, es algo tan valioso que no podemos dejar de ponderarlo. El diálogo entre los autores del pasado y del presente, entre las distintas artes, entre lo auditivo y lo visual es el que ha dado origen a estos mapas sonoros en los que tuve el inmenso placer de participar con un monográfico dedicado a Bach e interpretado en la guitarra (páginas extraordinarias compuestas para el laúd barroco, el violín o el chelo que no pierden grandeza al ser trasladas a la intimidad de las seis cuerdas), en la Sala Jorge Oteiza, justo delante de la maravilla en piedra caliza que el genial artista vasco dedicó a Bach, tan atemporal como Oteiza, en un ambiente sugestivo, mágico, casi sobrecogedor. Una obra, este Homenaje a Bach, que María Josefa Huarte trajo desde su casa hasta el Museo y que, como ella misma afirmó, "ahora aquí tiene vida gracias a mi trabajo". Y es que la música solo vive cuando se interpreta, el arte cuando se contempla, la cultura cuando se disfruta. Oteiza dijo de la música que no se escucha, sino que " se ve". Stravinsky advirtió que no bastaba con oír la música, que también había que "verla". Al igual que Falla sintetizó tradición y vanguardia, partiendo de un profundo conocimiento del pasado para trascenderlo y abrir paso a la modernidad, en una capacidad innovadora bien entendida y no con la superficialidad con que hoy se comercializa, son vitales estos puentes entre lo más lejano y lo más cercano, entre el artista y el auditorio, entre la cultura y la sociedad... y creo, además, que la evolución del concierto público debe seguir estas directrices tan acertadamente dibujadas por el Museo de la Universidad de Navarra y Garaikideak, con aspiración de servicio social y fuertemente asentadas en el trabajo bien pensado, bien planteado y bien realizado, que es la única vía que lleva a lo verdaderamente creativo, novedoso, original y apasionante. A ello debemos comprometernos todos: gestores públicos y privados, compositores, intérpretes, musicólogos. El reto es tan dificultoso como emocionante.



En memoria de las víctimas del atentado de Bruselas.